Cuando el coreógrafo George Balanchine murió en 1983, la ciudad perdió su encanto y (Gorey) decidió abandonar Nueva York definitivamente; entonces se instaló en una casa del siglo XIX en Yarmouth Port, la que pronto amenazó con derrumbarse debido al peso de sus miles de discos de vinilo, libros, y los numerosos objetos que componían sus distintas colecciones, pues Gorey era un coleccionista compulsivo: dominado por ese mismo horror vacui que lo llevaba a cargar de detalles sus viñetas, atiborró su casa de calaveras, cruces celtas, osos de peluche, versiones del Mesías de Handel (su obra musical favorita), y láminas de sus artistas preferidos.Cualquiera que hubiera visto su destartalada mansión, maltratada por los desmanes de sus cada vez más numerosos gatos, y su jardín cubierto por la maleza, la que crecía incluso dentro de la casa, habría podido pensar que se trataba de una casa embrujada. El mismo autor declaró en varias oportunidades que también él tenía sus sospechas, y relató anécdotas como la misteriosa desaparición de su colección de osos de peluche o la vez en que varios de sus gatos giraron simultáneamente la cabeza en una misma dirección, como si alguien acabara de entrar en la habitación. Sumemos a todo esto los motivos principalmente macabros de la mayor parte de su obra así como su estilo literario caracterizado por la vaguedad y la sugerencia, su modo grandilocuente y deliberadamente arcaico (habitualmente trufado de galicismos) y su actitud no arisca pero si huidiza (disfrutaba de la soledad y no acudía casi nunca a abrir la puerta, a no ser que el visitante diera unos golpecitos con los nudillos en alguna ventana), y entenderemos el porqué de su fama de escritor huraño y extravagante. Sin embargo, según sus más cercanos, este retrato no hace justicia al Gorey real, un hombre que, efectivamente, vivía tranquilo sin tener demasiado contacto con la gente, pero que por otra parte participaba de un modo más o menos activo en la vida de su comunidad, comía frecuentemente en los restoranes del barrio y todos los años producía versiones teatrales de sus obras en Cape–Cod, mezclando actores reales con marionetas que él mismo confeccionaba. Según Andreas Beown, amigo de Gorey y dueño de la librería Gotham Book Mart, de Manhattan (una de las primeras en comercializar sus libros y actualmente lugar predilecto de los goreyófilos, debido a la gran cantidad de merchandising relacionado con el autor: posters, tazas, camisetas, exposiciones…): “existía esta falsa idea de que era un hombre melancólico y ensimismado. Pero no era un recluso. Era jovial y efervescente, y le encantaba reír”. Por otra parte, Gorey incumplía a diario otra las reglas del decálogo del anacoreta, pues permanecía en permanente contacto con el mundo exterior a través de los medios de comunicación, ya que tenía una autentica necesidad física de absorber información continuamente. Además de lector voraz era también cinéfilo empedernido y aficionado a todo tipo de productos televisivos. No hacia distinción entre tipos de cultura y discutía con la misma pasión los capítulos de Los Simpson o las aventuras de La pequeña Lulú como las teorías de Wittgenstein o las obras de Emerson, a la vez que grababa todos los episodios de Buffy la cazavampiros, serie de la que era ferviente seguidor, mientras confeccionaba pequeñas ranas de peluche que cosía sin retirar la vista de la tele.
A pesar de esta pasión por muchos aspectos de la cultura contemporánea, resultará evidente que los referentes directos de Gorey surgen del siglo XIX británico, del que provienen varios de sus escritores favoritos como Dickens o Jane Austen, de la que llegó a decir que, si su estilo de dibujo lo había adquirido admirando a ilustradores como Doré, su sensibilidad surgía directamente de los libros de esta autora. Por otra parte, también se declaraba “irracionalmente interesado en el surrealismo y el dadá”, algo que no sorprende teniendo en cuenta la cualidad imaginativa de su escritura y su tendencia hacia el nonsense y el absurdo.
Gorey comentó en una entrevista en The New Yorker en 1992: “Escribo de modo que, dado que dejo de lado la mayoría de las conexiones, y muy pocas cosas están claramente explicadas, pueda sentir que estoy haciendo un daño mínimo a las posibilidades que pudieran surgir en la mente del lector”.
Esta reacción en contra de todo tipo de encorsetamiento se fue intensificando con el tiempo, haciendo de Gorey un artista progresivamente más libre incluso de las ataduras que él mismo se había impuesto en un principio: “A medida que han ido pasando los años, he descubierto que prefiero no sufrir cuando estoy trabajando. Alguien me dijo en una ocasión que no importa si estás conquistando un imperio o jugando al dominó; sólo es otra manera de pasar el tiempo.
El artículo completo, libre de fragmentaciones y recortes molestos en: http://www.lanzallamas.org/blog/2008/02/edward-gorey/
Gorey comentó en una entrevista en The New Yorker en 1992: “Escribo de modo que, dado que dejo de lado la mayoría de las conexiones, y muy pocas cosas están claramente explicadas, pueda sentir que estoy haciendo un daño mínimo a las posibilidades que pudieran surgir en la mente del lector”.
Esta reacción en contra de todo tipo de encorsetamiento se fue intensificando con el tiempo, haciendo de Gorey un artista progresivamente más libre incluso de las ataduras que él mismo se había impuesto en un principio: “A medida que han ido pasando los años, he descubierto que prefiero no sufrir cuando estoy trabajando. Alguien me dijo en una ocasión que no importa si estás conquistando un imperio o jugando al dominó; sólo es otra manera de pasar el tiempo.
El artículo completo, libre de fragmentaciones y recortes molestos en: http://www.lanzallamas.org/blog/2008/02/edward-gorey/